La política institucional: una droga dura

Por Mirko Macari

El domingo pasado la opción Rechazo fue derrotada por paliza. Pero la alternativa de la convención mixta sacó aún menos votos. La gente fue categórica para decir que no quiere a los políticos de siempre, la mayoría asociados a la función parlamentaria, en el órgano que redactará la nueva constitución.

La mala noticia es que el sistema para elegir a los convencionales, les otorga un lugar preeminente a estos políticos, que son los que militan en los partidos.  Esta es la gran tensión social que nos acompañará los próximos meses: la sociedad versus la política institucional.

“La ciudadanía no quiere ni a ministros ni a intendentes ni a parlamentarios escribiendo la carta fundamental. Así de claro, sin cuchufletas”, escribió en su tuiter Iván Flores, ex presidente de la Cámara. Y en esa misma red social irrumpió el hashtag #independientes o nada, para expresar la energía de una sociedad que percibe que algo anda mal con  los señores políticos.

Lo cierto es que este es un fenómeno global que expresa el agotamiento de lo que denominamos la democracia representativa.

El problema de fondo es que este sistema, que en Chile no ha podido resolver temas como las bajas pensiones, la salud pública, las tarifas de los servicios básicos y muchos otros, le entrega el poder monopólico de los cargos públicos a los partidos y no a los ciudadanos.  Por eso, más que una democracia, tenemos una partidocracia.

Entrar a un partido político es lo más parecido a entrar a la familia Corleone. Cada partido tiene un don o más de uno, que es el llamado jefe de lote. Es a este a quien el militante debe besarle la mano a cambio de tener protección. La venia del Don lo habilita para postular a un cargo si es una persona con ambiciones y talento.

Si cuenta con menos luces se le asegura pega en alguna repartición del Estado  donde ese cacique tenga influencia: un municipio, una intendencia, un ministerio.

Lo dijo Pepe Auth cuando estalló el caso de Chiledeportes, más conocido como Chilerecortes: “tenemos cuoteados hasta los juniors”.  Y es que en el Chile de la transición los partidos se convirtieron en verdaderas agencias de empleo.

En el primer año de la actual administración el senador RN  Francisco Chahuán hizo noticia por decir que a la entonces ministra de Cultura, Alejandra Pérez, había que sacarla “a patadas del gobierno”. Estaba molesto porque Pérez había removido de su cargo en ese ministerio al hijo de su primo.  

Durante el estallido social otro pariente de Chahuán, concejal de La Calera, fue detenido por saqueos en esa ciudad.  El delincuente era  además hijo del Core Roberto Chahuán, autoridad en la misma región donde el senador es también presidente de RN.

En el ministerio de Cultura, Chahuán además velaba por la permanencia en el cargo de un funcionario instalado desde hacía varios gobiernos por el senador Girardi en el área de Patrimonio.

En el gobierno de Bachelet lo habían intentado sacar pero Girardi lo defendió con uñas y dientes. Con el cambio de color político, Chahuán se encargó de la protección del hombre de su colega PPD, quien no había tenido problema en contratar a tres militantes de RN recomendadas por el cacique de la V región,

Chahuán llamó indignado a Pérez diciéndole que él era uno de los hombres con más votos de Chile, que qué se creía. Pero como las amenazas no resultaron, el asunto lo escaló a la prensa.

Su voto por un político señor o señora lector (a), son un poder que usted no ve ni sabe cómo se usa. Y la intimidación  es una de las formas de ejercerlo.

El mismo Girardi es conocido como un gran Padrino, y se habla de él como el zar del Servicio de Salud Metropolitano Norte. En un artículo de la periodista Claudia Urquieta, que publicamos en Abril de 2008 en el diario El Mostrador a raíz del caso de una mujer que terminó pariendo en el baño del hospital San José,  se contaba que de los 11 directores del Servicio de Salud Norte que habían ejercido desde 1990, los últimos nueve habían sido todos miembros del PPD,  ascendidos al cargo con la venía del senador.

El ex ministro de Salud de Lagos, Pedro García señalaba sin tapujos: “Guido me planteó la posibilidad de sacar al subsecretario Antonio Infante. La argumentación era que Antonio no metía gente afín a él o no respondía a los criterios que él quería. Le dije que no estaba disponible”.

Infante terminó saliendo tiempo más tarde por ser partidario de la píldora del día después. Cesante, postuló al cargo de  director del Servicio de Salud Norte. A pesar de ser del PPD, el médico no tenía el respaldo de la dupla Girardi-Núñez (senador y diputados de la zona),

Estos  presionaron fuertemente para evitar que fuera el elegido, ya que ellos abogaban por el doctor Fernando Silva, catalogado como un operador “incondicional” de los caciques.

Por estos días en el mismo PPD irrumpió un ramillete de presidenciables. Uno de ellos el ex diputado Jorge Tarud, cuyo hijo Jean Paul fue instalado como embajador en Emiratos Árabes Unidos por el ex canciller Alejandro Foxley a  fines del primer  gobierno de Bachelet sin tener la  carrera diplomática. De los 21 embajadores políticos, Tarud fue el único que se mantuvo con el cambio a la administración Piñera.

Era comentario que desde la presidencia de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara, el jurásico diputado era un importante aliado para el ministro de Relaciones Exteriores, Alfredo Moreno, que enfrentaba el complejo juicio con Perú ante La Haya.

Y es que negocios son negocios y todo hombre tiene su precio.

 En campaña, por los medios y en las redes sociales, los políticos se sacan los ojos para mostrarse como fieros defensores de nichos ideológicos y grupos de votantes. En la práctica, tras bambalinas, la pertenencia al club, a eso que se conoce como la clase política, opera con profunda conciencia del juego que se juega.

El escándalo de esta semana, como si la vida pública se tratara de un programa de farándula, es el  reembolso de los gastos en abogados al grupo Penta por parte del SII. Nada menos que la friolera de mil 400 millones de pesos. Lo notable es que esta información que era secreta, se filtró, como secreta va a ser la sesión de la Cámara donde se tratará el tema.

Fíjese usted: cualquier semejanza con la omertá, la ley de la mafia que castiga a quien ventile lo que ocurre dentro de la cosa nostra, NO es pura coincidencia.

Hoy, todos los ojos inquisidores se vuelcan  sobre el director del servicio, Fernando Barraza, quien fue colocado en el cargo en 2015 en medio de la tormenta desatada por las platas políticas.

 Barraza fue reclutado justamente para echar un manto de olvido sobre la  investigación  que apuntaba al financiamiento ilegal de la precampaña de Bachelet el 2013, así como de las campañas de Piñera y Frei el 2009.

Llegado al cargo, Impuestos Internos se desistió de las querellas presentadas y todo quedó en nada. Para eso le pusieron de subdirector jurídico a Bernardo Lara, hombre que venía de la Fundación Dialoga, donde se agrupaba lo más granado del bacheletismo, salpicados varios de ellos hasta el cogote en el caso de las platas políticas.

Piñera el 2018, como no,  lo confirmó en el cargo: usted lo sabe bien, entre bueyes no hay cornadas.

 Dacher Keltner, profesor de sicología de la Universidad de California y consultor de la película animada Intensamente  ha estudiado durante años el efecto del poder en la mente.

En un artículo del diario La Tercera, se informaba que este académico ha concluido que  las personas que gozan de una alta cuota de poder eventualmente pueden terminar actuando como si hubieran sufrido daño neurológico. Análisis presenciales y con instrumentos de resonancia magnética han mostrado, precisamente, que después de un tiempo, ejecutivos, políticos y otras personas con altos niveles de autoridad, tienden a comportarse como pacientes con algún daño en el lóbulo orbito frontal, un área del cerebro crucial para la empatía y la toma de decisiones.

Lo cierto, es que el poder es similar a una droga dura. Por eso vemos a los políticos profesionales, narcotizados en la lucha por los cargos, y repitiendo frases hechas sin conexión emocional ninguna.  Lo que es peor, con el país a la deriva.

Déjenme contarles una anécdota personal. Poco antes del Estallido asistí a una reunión social con más de algún político presente en la misma. Esa semana una bala loca del narco había matado a una pequeña lactante en La Pintana.

Sin embargo, en la instancia no se hablaba más que de la futura elección de gobernadores, de quienes serían los nombres para competir por Santiago, de cuál sería la mejor estrategia, de que era lo más conveniente para anunciar la candidatura en el diario.

Esa falta de empatía no es maldad sino la ceguera emocional a la realidad del otro.  La lucha para mantener y aumentar el poder deshumaniza y no deja espacio para ver más allá de sí mismos.

Los ciudadanos intuyen, después de haber probado inútilmente con la alternancia de las coaliciones en el gobierno, que algo más profundo ocurre con los políticos.

El problema se vuelve gigante pues los medios y los periodistas tampoco sabemos pensar el pluralismo, la representatividad y la democracia, fuera de la caja de los partidos. Y por tanto seguimos generando la discusión pública y dándole micrófono  a quienes claramente son más parte del problema que de la solución.

Aunque entrar a conversar de los medios y el periodismo  es francamente tema para otra columna completa.  

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